Pero antes, déjenme que les cuente como llegué del rodoviario a la casa de mi hermano. Primero tomamos un bus que nos dejó en el reloj Turri, que es bien famoso y siempre aparece en los comerciales de la tele. A los publicistas les encanta el barrio donde está porque parece Londres y tiene edificios antiguos que son la toma perfecta en blanco y negro para darle “más onda” a sus avisos. Ahí mismo, bien escondido, hay un pasillo que da al ascensor Concepción. No se imaginen que es un ascensor como los pocos que existen en Punta Arenas, no. Este es un ascensor ultra viejo y con ventanas para mirar el paisaje de la bahía de Valparaíso. Me morí de susto cuando me subí a él, ya me imaginaba que sus tablas se rompían y me iba guarda abajo por el cerro. Por suerte no era mucha la distancia y al minuto ya estábamos arriba, donde llegamos al paseo Gervasoni. Ahí hay una casa museo de un dibujante famoso que se llamaba Lukas, pero ni entramos porque nos fuimos directo al pasaje Galvez, que es donde mi hermano arrienda el piso de una enorme casa con sus amigotes. Digo el piso, porque cada uno de los tres pisos tiene su puerta y escalera propia, por lo que son varias casas en una sola construcción gigante.
Bueno, después de que dejamos comida toda la centolla, mi hermano se puso a regar unas plantas raras que tiene y me pidió que fuera a comprar pan al mini-market de más arriba. Y para allá partí. En la casa ya había visto que hallullas no compraban, así que cuando entré pedí pan francés. Pero nadie me entendía. Cuando ya pensaba que estaban enfermos de su cabeza, vi que tenían bastante a la venta y pensé que a mí no me querían vender. Me privé y les dije todo enojado que si acaso me veían la cara de argentino, que estaba viendo que sí les quedaba harto pan francés y se los indiqué con la mano. Los vieron, se rieron en mi cara y me explicaron que ese era pan batido o marraqueta. Y yo les dije que no, que la marraqueta era un pan alargado, pero ellos dijeron que ese se llamaba pan flauta o baguette. En fin, que no quise seguir discutiendo, pagué mi pan francés y me mandé a cambiar. Cuando me fui, estallaron en risas. Casi me devuelvo a decirles que ya era el colmo y que se estaban pasando pa’l patio conmigo, pero me contuve.
Cuando llegué todo agitado a la casa, mi hermano me dijo que sentara mi cansancio y que me tomara un vaso de agua. Cuando ya calmé mi cabeza, le conté toda la situación de manicomio que había vivido en el negocio y ahí René me explicó, muerto de risa, que acá se nombra a las cosas de distinta forma, que tuviera más cuidado. No sé, parece que todavía no entiendo mucho a esta gente del norte.
Más tarde en la once, otra vez quedé colgao cuando uno de sus amigos me pidió que le pasara las vienesas del refri. Tras pedirle a mi hermano que me tradujera resultó que me estaba pidiendo las salchichas del frigider.
Y no saben nah lo que me pasó después, pero eso mejor se los cuento la próxima semana.