viernes, 28 de marzo de 2008

¿Dónde está mi diccionario?

No saben nah lo que me pasó. El día que llegué al puerto era un viernes, el día en que nos comimos toda la centolla que se me olvidó pasarle a mi tío Juan en Santiago.
Pero antes, déjenme que les cuente como llegué del rodoviario a la casa de mi hermano. Primero tomamos un bus que nos dejó en el reloj Turri, que es bien famoso y siempre aparece en los comerciales de la tele. A los publicistas les encanta el barrio donde está porque parece Londres y tiene edificios antiguos que son la toma perfecta en blanco y negro para darle “más onda” a sus avisos. Ahí mismo, bien escondido, hay un pasillo que da al ascensor Concepción. No se imaginen que es un ascensor como los pocos que existen en Punta Arenas, no. Este es un ascensor ultra viejo y con ventanas para mirar el paisaje de la bahía de Valparaíso. Me morí de susto cuando me subí a él, ya me imaginaba que sus tablas se rompían y me iba guarda abajo por el cerro. Por suerte no era mucha la distancia y al minuto ya estábamos arriba, donde llegamos al paseo Gervasoni. Ahí hay una casa museo de un dibujante famoso que se llamaba Lukas, pero ni entramos porque nos fuimos directo al pasaje Galvez, que es donde mi hermano arrienda el piso de una enorme casa con sus amigotes. Digo el piso, porque cada uno de los tres pisos tiene su puerta y escalera propia, por lo que son varias casas en una sola construcción gigante.
Bueno, después de que dejamos comida toda la centolla, mi hermano se puso a regar unas plantas raras que tiene y me pidió que fuera a comprar pan al mini-market de más arriba. Y para allá partí. En la casa ya había visto que hallullas no compraban, así que cuando entré pedí pan francés. Pero nadie me entendía. Cuando ya pensaba que estaban enfermos de su cabeza, vi que tenían bastante a la venta y pensé que a mí no me querían vender. Me privé y les dije todo enojado que si acaso me veían la cara de argentino, que estaba viendo que sí les quedaba harto pan francés y se los indiqué con la mano. Los vieron, se rieron en mi cara y me explicaron que ese era pan batido o marraqueta. Y yo les dije que no, que la marraqueta era un pan alargado, pero ellos dijeron que ese se llamaba pan flauta o baguette. En fin, que no quise seguir discutiendo, pagué mi pan francés y me mandé a cambiar. Cuando me fui, estallaron en risas. Casi me devuelvo a decirles que ya era el colmo y que se estaban pasando pa’l patio conmigo, pero me contuve.
Cuando llegué todo agitado a la casa, mi hermano me dijo que sentara mi cansancio y que me tomara un vaso de agua. Cuando ya calmé mi cabeza, le conté toda la situación de manicomio que había vivido en el negocio y ahí René me explicó, muerto de risa, que acá se nombra a las cosas de distinta forma, que tuviera más cuidado. No sé, parece que todavía no entiendo mucho a esta gente del norte.
Más tarde en la once, otra vez quedé colgao cuando uno de sus amigos me pidió que le pasara las vienesas del refri. Tras pedirle a mi hermano que me tradujera resultó que me estaba pidiendo las salchichas del frigider.
Y no saben nah lo que me pasó después, pero eso mejor se los cuento la próxima semana.

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jueves, 20 de marzo de 2008

Olor a puerto

No saben nah lo que me pasó. Ahí estaba yo, entero’e traspirao en el aeropuerto de Santiago esperando a mi tío Juan, sin saber donde pararme para que me viera, cuando de repente suena mi celular: “Wena, sobrino, soy yo, tu tío Juan, oye, voy atrasao porque me quedé dormío, esperamé un chiquitito que ya llego, voy volando en la autopista, 10 minutos y ya estoy allá, chao, que sale caro esto”. Y cortó, no alcancé ni a decirle hola.

10 minutos, nada. 15 minutos, nada. 25 minutos, suena el celular otra vez: “Recarga gratis al XXX tu combo…”. Oh, la lesera, ya me tienen chato esas llamaditas de la compañía. Y mi tío no aparecía por ninguna parte. Hasta que por fin llamó: “Oye, voy pasando por afuera, sal rápido que no quiero estacionarme pa’ que me roben los careros del estacionamiento, apúrate”.

En un zuácate subí mi tremenda mochila y casi ni alcanzo a subirme yo. Y en tres minutos estábamos en Pajaritos. Apenas le dio tiempo de explicarme dónde tenía que comprar mi pasaje en bus y me volví a subir a un armatoste, pero esta vez con rumbo al puerto.

El bus pasó por dos túneles. Me caigo’che, que susto me dio el primero antes de darme cuenta qué-lo-que-era, si de estas cosas no tenemos en Magallanes, poh. Al rato de traspasarlo, empecé a sentir un olor raro pero no le di importancia, pensé que eran mis patas. Pero ya saliendo del segundo, empecé a sentir un olor malísimo. Al principio pensé que era porque ya faltaba poco para llegar al mar, pero cuando ya se hizo cada vez más intenso me empezó a extrañar.

En un momento el bus empezó a bajar por una pendiente y supuse que ya estábamos por llegar. Ahí ya los pasajeros se pusieron a mirarme feo, así que noté que era yo el con mal olor. “Qué miércale”, pensé y traté de olerme las alas, pero no era tanto lo traspirao que estaba.

Ya con las primeras casas y en una avenida que me dijeron que se llamaba Argentina, el auxiliar del bus me preguntó si traía un animal muerto en mi mochila porque ya el olor era insoportable. Ahí recién vine a caer: “¡La encomienda de centolla para mi tío Juan!”.

Pucha la lesera. Con tanto apuro, y mi tío Juan tan embalao que andaba, lo olvidé absolutamente. Mi mamá me va a matar cuando se entere.

Mi mochila para qué les cuento, estaba toda mojada, con el calor ya se había descongelado toda la centolla y su caja de helado ya estaba goteando toda mi ropa que se había impregnado de su “aroma”. ¡Desastre total!

En el rodoviario, así le dicen acá a los terminales de buses, mi hermano me estaba esperando. Cuando me abrazó ni hola dijo, antes de eso gritó: “¡Chuta, estai pasao a pingüino, hermano!” Que vergüenza. Andaba con sus amigos más encima, los que no hallaron nada mejor que bautizarme al tiro como “Pingüino Barrientovic”.

Cuando por fin llegamos a su casa en el cerro Concepción, la verdad que me dio lo mismo el mote que me pusieron porque nos comimos toda la centolla, no quedó ni cáscara.

Y no saben nah lo que me pasó después, pero eso mejor se los cuento la próxima semana.

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jueves, 13 de marzo de 2008

Despegue de avión y de otras cosas

No saben nah lo que me pasó. Viajé en avión por primera vez. Pero no le cuenten a nadie, me da vergüenza. ¡Oye la cosa bakán! Un poco de susto al despegar, pero después se me pasó. Pero rebobinemos un poco porque antes fueron las despedidas.

La de los amigos primero. Una tomatera apoteósica a la que fueron todos los cumpas. La tracalá de onas y yámanas buenos pa’l pisco y el ron. Es que estudié en un colegio (que no voy a nombrar por miedo a represalias) de puros hombres. Bueno, casi todos éramos hombres, pero eso ya es otro tema. La despedida no fue en mi casa, obvio, porque mi mamá se muere, resucita y se vuelve a morir con el despelote que quedó. No hubo ni carne ni papa, hijito, eso pa’ los asaos de mi papá que es bueno pa’l cordero como todo buen magallánico que se precie de tal. Esto fue puro alcohol en la casa del Apio Ojeda, que quedó pa’ la historia. Por suerte sus papás estaban en la estancia porque al otro día hasta puchos en la cama de su perro dice que encontró. El Apio Ojeda es mi mejor amigo del curso desde primero básico, cuando yo le puse así porque llevó de colación una rama de la verdura en cuestión, será gil. El mamón, en el clímax de la curadera, lloraba porque me iba. “Eso te pasa por flojo pos, amermelao”, le dije con mucho tacto pa’ calmarlo, “con un poquito que hubieses estudiado, demás que te alcanzaba para alguna pedagogía en cualquier cosa”.

Después vino la despedida de la familia en el aeropuerto. Fue larga porque llegamos como dos horas antes, casi tuvimos que pedir que nos abrieran la puerta. Somos tan exagerados los Barrientovic. Y mi mamá, todo un caso. No paraba de darme recomendaciones: “no te saques tu parka en el avión porque te puede entrar un aire y cuando ya te aclimates te la sacas en Santiago”; “le prendí una velita a San Cristóbal para que tengas buen viaje y apenas llegues donde tu tía Enriqueta me llamas con el celular, que para eso te compré un buen plan, ¿no lo habrás gastado todavía, no?”; “en Santiago te va a ir a buscar tu tío Juan, él te va a dejar en Pajaritos para que tomes el bus a Viña y no te olvides de pasarle la encomienda”; y bla bla bla, me tenía mareado, quería puro subirme al avión de una buena vez.

Mi papá piola, me pasó una tarjeta adicional y me advirtió que no me pasara de lo dispuesto para el mes porque si no me cortaba los co… los mechones del pelo que ya los tengo bastante largos y no me los pienso cortar. La Poncia dice que me quedan cool.

Y La Poncia también fue, claro. Más celosa que nunca, ni un poquito pude hablar con la azafata en el mesón. Estaba más rica la tonta…

Hasta que por fin me subí al avión con mi tremenda mochila llena de cuestiones que tendré que repartir a las amigas de mi mamá apenas pise suelo chileno. Tres veces aterrizamos porque hacia escala en Natales, Balmaceda y Puerto Montt. Qué susto, hijito del diablo. Me caigo’che, qué manera de tiritar ese pájaro. Cuando la azafata me ofreció un whiscacho se lo agradecí casi gritando. Aunque por otro lado, me emocioné porque me debe haber encontrado cara de persona más adulta. Casi le pido el teléfono, pero me achunché.

El tío Juan no me estaba esperando nah y yo traspirao de calor’che en esa tremenda custión de aeropuerto que tienen en Santiago. Y no saben nah lo que me pasó después, pero eso mejor se los cuento la próxima semana.

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jueves, 6 de marzo de 2008

Marcador a cero otra vez

No saben nah lo que me pasó. Me alcanzaron los puntajes pa’l norte. En serio. Ni yo me lo creí, si no había estudiado nah, poh. Casi me caí de poto cuando miré la página de Internet y como era una de esas truchas que publican antes, menos me lo creí. Tuve que esperar a que fueran las doce y en la página de La Chile recién vine a creerlo. Primero fue como, “ah, la media volaíta” y después “waaaaa, ¿qué hago ahora?”.


Lo primero que hice fue contarle a mi hermano que estudia en Valpo, después a La Poncia y al final a mi papá. “Papá”, le dije, “no sabís nah, me alcanza el puntaje para parvulario en Valparaíso”. Se cagó de la risa, poh. “Pedagogo en Educación de Párvulos y el hocico te queda ahí mismo”, me corrigió sabiendo que lo estaba palanqueando. “¿Y qué vas a estudiar, este?”, me preguntó tomando un cuchillo de la mesa y agarrándome por el cuello. “Tú sabís lo que quiero”, le respondí entre risas. “Bueno, pero después no te vas a andar arrepintiendo porque tenís que dejar terminado tus estudios, no te venís de vuelta sin acabar algo ¿escuchaste?”, fueron su alentadoras palabras y, finalmente, la aprobación para que hiciera lo que siempre había querido: estudiar Enfermería. Nah oh, si toy leseando: Periodismo. Sí, quizás me voy a morir de hambre, pero no importa. Que le ponen color, oh.

¿Y qué dijo mi mami? ‘Uta, mi mami se puso histérica. Empezó a llamar a todas sus amistades del norte. Quería que me fuera a Viña porque ahí tiene a la mayoría de sus amigas pero yo me puse firme, le dije que no, que me iría con el René, mi hermano grande que vive en Valparaíso. Pero insistía la iñora, que “la Poty Echeñique vive tan cerca de tu facultad, a lo mejor te puedes quedar ahí mientras buscamos un departamentito y así también puedes pasar todos los días a saludar a la tía Enriqueta que está tan viejita y sola, seguro que te invita a tomar té. Tiene un nieto estudiando Medicina, podrías hacerte amigo de él, tienes que ampliar tu círculo de amistades…” y bla bla bla, no le paró la lengua hasta que me subí al avión.

¿Y La Poncia qué dijo? Estaba contenta por mí, pero igual me di cuenta que le daba pena. A mí también. Es que ella recién pasó a tercero medio poh. Le dije que si quería, como ahora voy a estar tan lejos, podíamos quedar como amigos. Casi me pega. “¿’Tay loco? ¿Pa’ que podai ponciar tranquilo en el norte? Nica. Lo que vamos a hacer es lo siguiente”, me dijo furiosa, “ahora existe el Messenger, el Fotolog y el celular para que no se pierda el contacto”. “Ah, ¿me vas a tener cortito?”, le respondí. “Sí”, fue su única respuesta y no habló más el tema. Después me abrazó y me dijo que me quería mucho. Será poh. No sé cómo me voy a aguantar tanto tiempo sin ella por allá.

Lo que me queda claro es que muy alto puntaje habré sacado en la PSU, pero desde ahora el marcador vuelve a cero. Y ahora una confesión, pero no se lo cuenten a nadie: nunca he estado en el norte. Quizás por eso mi mamá insistía con que me fuera a Viña, con tanta noticia en la tele y los diarios de asaltos, asesinatos a abuelitas, niños perdidos y abusados, y todo el kit de violencia que viene incluido hasta agotar stock.

Y me da un poco de miedo eso, pero bueno, que no se me aconchen los meaos y a echarle pa’lante nomás. Y no saben nah lo que me pasó después, pero eso mejor se los cuento la próxima semana.


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