jueves, 15 de mayo de 2008

Ruptura por mensaje de texto y pre-mechoneo

No saben nah lo que me pasó. ¿Se acuerdan de la Poncia? Déjenme refrescarles la memoria. La Poncia es mi polola en Punta Arenas. Más bien, “era”. Nos estuvimos texteando durante estas semanas que llevo en Valparaíso. Pa’ los ancianos que lean esta columna, textear es enviarse mensajes por el celular. Pero en mi último texto se me armó el tremendo quilombo:
“HOLAESTE! Cuándo me convidas a ir a la playa de nuevo, oye? Ya me recuperé de la insolación y quería verte tu cara otra vez. Te llamo más tarde que ahora casi me pasé a caer tratando de escribir por esta lesera. Un besito, Barrientovic.”
El problema es que no sé por qué no se lo envié a la Pachi y le llegó a la Poncia. Quizás fue una equivocación inconsciente al anotar el número de celular, no sé. La cosa es que la Poncia estaba más privá que un basilisco y me mandó a la punta del cerro Mirador, podría decirse si estuviera allá.
Así que estoy soltero. Mejor, “Amor de lejos, amor de pendejos” le escuché decir a alguien y tiene razón. Cuesta mucho mantener una relación amorosa estando separados por más de tres mil kilómetros, aunque exista el facebook, el messenger y la webcam.
Pero ya estoy aclimatándome al litoral central, conociendo una chica viñamarina un poco “tránfuga” con dos personalidades. Pero que le hace el agua al pescado, ¿viste?. Al pingüino en mi caso.
Rebobinemos un poco el rollo, como me cuenta mi papá que hacía el cojo del cine Cervantes, para que les cuente de mi primer día de clases en la U. Ya les conté de la fauna especial que nunca había visto en vivo y en directo, sólo por el programa de la Eva en la tele. Bueno, como a veces soy pillo, me arrimé a los que parecían más normalitos. Parecían. A la hora de presentarnos en la clase de Redacción, resultó que los que yo pensaba que eran “los normalitos”, en efecto eran de zonas extremas igual que yo: un par de compatriotas natalinos tira piedras, uno de Coyhaique, una chica de Arica y dos antofagastinos también de apellido croata. Después supe que por allá hay muchos y con más plata, o salitre, mejor dicho.
Al rato de presentarme frente a todos, muchos especimenes locales nos contaron que pensaban que los natalinos y yo éramos argentinos, no sé por qué. En fin, ese día las clases fueron más que nada para conocernos. Un rato pasamos susto porque alumnos de segundo año empezaron a golpear las puertas y ventanas de la sala gritando que nos preparáramos porque iban a rodar cabezas en el mechoneo. Pensábamos que al salir de la clase lo harían y muchas chicas casi lloraban negándose a poner un pie fuera. Como teníamos otra clase después en el mismo lugar, nadie se movió tampoco. El siguiente profesor era de Introducción al Periodismo. Estuvo un montón de rato hablando sobre el paradigma aquí y el paradigma allá y la Escuela de Francfurt y miles de cosas que nos dejaron más perdidos que en Lost. Y terminó pidiendo que para la próxima clase teníamos que leernos un libraco como de 500 páginas y entregar un “paper” de cinco hojas mínimo sobre él. La clase siguiente todos llegamos con el dichoso “paper”, pero el profesor no apareció por ninguna parte y otro profesor empezó a hablar sobre el ramo diciendo algo absolutamente distinto. Así que le fuimos a entregar nuestros mamarrachos y preguntarle sobre el profesor de la clase pasada, si le había pasado algo o qué. Resultó ser una broma que siempre hacen los de cuarto año. Claro, mandan al alumno más viejo y con más verborrea a ensartar a los novatos con un “paper”.
Pero eso no fue nada tan complicado como lo que ocurrió la semana siguiente. Tras molestarnos todas las santas clases, metiendo bulla y atemorizándonos con el mechoneo, el día menos pensado lo hicieron. Por suerte las primeras dos semanas, aconsejado por mi hermano René que ya es un jubilado en mechoneos, con tres a su haber, fui a clases con una salida de cancha vieja (que a todo esto acá le dicen buzo, como si lo usaran para sumergirse en el agua).
Y no saben nah lo que me pasó después, pero eso mejor se los cuento la próxima semana.

Escribe contando tus anécdotas del norte a lautaro.chamorro@gmail.com

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