jueves, 8 de mayo de 2008

Sol, control y sociología

No saben nah lo que me pasó. Luego de que la ola me dejara noqueado y sin traje de baño, Pachi me gritaba para que no me metiera mar adentro porque ella había encontrado los bermudas rosado fosforescente y porque venía una ola mucho más grande.
Lástima que no le entendí. Di más vueltas que en el paseo de la Bories con la fuerza de esta otra ola enorme y desperté tumbado en la playa con todo el poto el aire. ¡Me cagoche, que vergüenza! Pachi corrió hacia mí con una toalla y me tapó, menos mal. Solidaria la chica. Toda mi vida se lo voy a agradecer.
Por suerte, cuando volvimos con sus amigos cuicos había más caras de preocupación que de risa, pero no faltó el tipo “piola” que me lanzó una talla: “¡Volviste, Tiburón Contreras! ¿O tengo que decir Pingüino Contreras?”.
Lo que es yo, no me importaba nada de lo que me dijeran porque Pachi me estaba echando bloqueador solar por todo el cuerpo y eso era suficiente para borrar cualquier humillación de mi mente.
Pero…
Lo malo fue que el factor chorromil no funcionó mucho, para mí que estaba vencido. Terminé rojo como centolla. Al ponerme la polera, con el roce sufrí más que pie de gringo tras siete días de caminata por el Paine.
Cuando volví a mi casa en Valparaíso, no quise ni comer y me fui a acostar, pero hasta las sábanas me molestaban. Dice mi hermano René que tuve una insolación y que tuvo que sacarme toda la ropa, abrir las ventanas, darme casi una garrafa de agua para tomar (no sé como resistí algo que no fuera alcohol) y ponerme paños fríos, como le explicó mi papá por celular. Yo no me acuerdo mucho, pero al otro día estaba con la piel hecho bolsa, todo despellejado.
Lo peor de todo es que ese día era mi primer día de clases.
Así como en Punta Arenas hacemos asado de pingüino, vivimos en iglú y nuestros funerales son quemando al muerto en un bote en el Estrecho, acá en la Región de Valparaíso existen otras tradiciones igual de comunes. Por ejemplo, cuando los porteños tienen que viajar a Viña del Mar, como yo ese día, deben pasar por un estricto control de plagas en la frontera de ambas ciudades. Hay que desnudarse para que revisen pulgas o algún ratón que intentemos pasar de contrabando. Luego del detector de cuchillas y requisición de chompas artesanales, recién te dejan pasar con la condición de que no te quedes mucho tiempo para no espantar a tanto viejito jubilado que vive en la ciudad jardín.
Al llegar a mi facultad en una zona de ultra seguridad llamada Miraflores Bajo, muy cerca del Sporting, lo que vendría a ser nuestro Club Hípico magallánico, existen otros controles: te revisan el carnet por si tienes algún apellido “discordante”. Por suerte soy Barrientovic y no tuve ningún problema, pero el chico que estaba detrás de mí era Quintanilla, ponte tú, y ahí se quedó no más, elevando solicitudes y llenando formularios por si le daban una beca o algo.
Como ya les conté, mi Facultad es una casa enorme, mucho más chica que mi colegio en Punta Arenas. Pero ahora estaba de bote a bote de gente de lo más diversa: muchas pelolais, un par de pokelais, unos cuantos emos, harto neo jipy, hasta un gótico vi.
Todo esto lo sé ahora, porque cuando entré no sabía nada y solo me percaté de que entre el mar de gente existía una fauna y flora bastante heterogénea. Hasta la palabra “heterogénea” no la conocía. Para que vean la de cosas que uno aprende en una Universidad. ¡Juesú!
Poco a poco les iré explicando todo esto para que cuando vengan al norte no los pille desprevenido este zoológico humano. Allá en Punta Arenas uno cree que con ver hiphoperos lo ha visto todo. No, señores, hay vida más allá de Chabunco.
Y no saben nah lo que me pasó después, pero eso mejor se los cuento la próxima semana.

Escribe contando tus anécdotas del norte a lautaro.chamorro@gmail.com

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